Llegar a París anhelando el
pasado, soñando con los personajes que han impregnado la ciudad de su aroma y
ambiente, de su esencia, esa gloria en la que se ve envuelta la ciudad del amor…
pero de repente, ocurre algo, llega la media noche, suenan las campanadas y te
recoge un taxi que te transporta ipso
facto a aquellos locos años, los años veinte.
La nostalgia que posee un
desilusionado guionista que pasea por las calles de París soñando con Hemingwey,
Dalí o Picasso, la melancolía de Midnight
in París que nos seduce con la época del estilo garçonne. Los cambios sociales e históricos siempre llevan a un
cambio de armario, la historia y la moda van juntas de la mano. Los años veinte
tenían como precedente el fin de la I Guerra Mundial, por lo cual fue una
década de renovación y liberalización
Gil Pender, el chico que se topa
por casualidades de la vida con los años veinte, se encuentra con una sociedad que
apuesta por la felicidad y las ganas de vivir, de elevar a la máxima potencia
la existencia.
Y la chica… en toda buena
película siempre tiene que haber una chica de la que se enamore el protagonista.
Ésta cumple un nuevo canon femenino, nuevo para el que viaja por primera vez a
los años veinte; una imagen juvenil y sencilla, una imagen digna de la mujer
liberalizada luciendo vestidos rectos, holgados, de talle bajo, un pelo corto y
cómodo y unos zapatos prácticos que permiten mover el cuerpo al ritmo del jazz
y el charlestón.
Una imagen nueva para una nueva
mujer, una mujer que lucha por sus derechos, una mujer que lucha por votar, por
ser. Y así se desarrolla el romanticismo de la película, esa nostalgia y anhelo
por el pasado, esas ganas de formar parte de una época gloriosa, esos
maravillosos años veinte.
P. Medina
I. Blokker
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