Desde la edad media, pasando por
el Renacimiento, el rococó y todos periodos de la humanidad, los hombres fueron
protagonistas importantes de la moda. Se acicalaban, vestían mallas, sombreros
llamativos, zapatos con tacón y hasta resaltaban su virilidad con accesorios sugestivos
para pavonear su estatus social y potencializar su poder físico y sexual hacia
los demás.
Por otro lado, la mujer se vio obligada a tapar su cuerpo con metros
de tela, para preservar las ‘buenas costumbres’.
A partir del siglo XIX, la
indumentaria masculina dio un giro total de discreción y sobriedad, que logró una
uniformidad aburrida de todo el género mientras que las mujeres le dieron la
bienvenida a un nuevo amigo de odios y amores: el corsé. Esta rígida prenda cambió
los roles del arte de seducir, dando esta incomoda responsabilidad a las damas.
El corsé, prenda encargada de
estilizar a la olvida cintura, que no fue visible en el renacimiento gracias
vestido corte imperio, fue pieza vital para enviar el nuevo mensaje subliminal de
seducción, fecundidad y apariencia que sin musitar palabra las mujeres mandaban
a los hombres sin perder una pizca de decencia.
El mensaje fue decodificado correctamente,
la prueba es que todos estamos acá hoy, pero las consecuencias tanto físicas como
sociales fueron devastadoras. Los órganos internos fueron víctimas de la
estrechez, cambiando la anatomía de más de una. En el tema social, aunque las
mujeres se veían bien no se podían mover, lo que conllevó a que fueron un
mueble estilizado en la casa, siendo prisioneras en el hogar y la familia, por ende
ser mantenidas.
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