La moda, como cualquier otro arte,
siempre ha estado ligada al momento social y económico que la ha rodeado a los
largo de la historia. En el contexto de la primera gran crisis económica
mundial, el famoso y temido Crack del 29, la moda no se libró de sufrir las
consecuencias. Desde los propios creadores a la población que la vistiese, la
manera de entender la moda y su utilidad cambiaron durante los años 30.
La gran crisis obligó a la alta
costura a democratizarse. El gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, introdujo
tasas de hasta el 90% sobre el coste original. Este encarecimiento originó la
proliferación de la compra de patrones, hecho que se podría considerar el inicio
del ready-to-wear.
Las mujeres de aquella década,
después de diez años de libertad en cuanto al vestir y su apuesta por la
comodidad, volvieron a un modo de vida más tradicional. Las curvas femeninas
volvieron a marcarse, aunque primaba la naturalidad gracias a la silueta evasée. La diseñadora Madeleine Vionnet
tuvo en ese momento su máxima esplendor, adaptando a la perfección las nuevas
necesidades de las mujeres. La apuesta por la funcionalidad durante el día se
contraponía al glamour y sofisticación de la noche. Por otro lado, el corte de
pelo garçon empezó a sustituirse por
melenas más largas.
Durante la década de los 30,
Hollywood y sus actrices vivieron su época dorada. El glamour que desprendían
las actrices y los estrenos se vio acentuado con la aparición de los diseños
surrealistas de Elsa Schiaparelli, que, utilizando la moda como divertimento y
fantasía, contrarrestaba la situación económica del momento. Para los miles de
espectadores, Hollywood se convirtió en una fábrica de sueños con el que
evadirse de una vida de pobreza a causa del Crack del 29.
Martí Ventura y Adriana Blanco
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