Pensadlo un momento. Es inevitable. Vas andando por la calle, cruzándote con miles de personas y no reparas en nada. Somos robots, programados para ir de un lugar a otro, viviendo en rutina y sin darnos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero de repente, ¡zas! Tras un escaparate te fijas en un objeto maravilloso que hace que te pares en seco y lo observes detenidamente. Un bolso, un vestido, unos zapatos, etc. Y entonces es cuando piensas: Tiene que ser mío. Sabes que no lo necesitas, en casa tienes docenas de ellos, pero tu cuerpo te pide que éste también tiene que ser para ti.
Y así, después de un centenar de veces, cada vez que nos topamos con algo que nos gusta deseamos poseerlo aunque no nos sea necesario. Todo esto por culpa del dichoso consumismo que existe en Occidente desde hace décadas. Una forma de describir consumismo seria referirse a la acumulación, compra o consumo de bienes y servicios considerados no esenciales. Vale, no lo necesito, pero entonces que alguien me explique por favor porque lo deseo con tantas ganas que no descanso hasta que no lo tengo entre mis manos. Es increíble el hecho de que con el consumismo se idealizan sus efectos y consecuencias y gracias a él, obtenemos satisfacción y felicidad personal.
Recapacitad, cuantas de nosotras tenemos ropa en el armario con la cual podríamos vestirnos, no el resto de nuestra vida, pero sí una gran parte de ella. Seguramente habrá gente que será más consumista que otra, pero al fin y al cabo vivimos en una sociedad de consumo que nos dice qué, cuándo y dónde debemos consumir.
Sandra Fontanet Carbó
No hay comentarios:
Publicar un comentario