Empieza el calor, los días de sol, fiestas al aire libre… y los conciertos multitudinarios. Uno de los más conocidos por estas fechas es Coachella, un lugar donde nadie sabe quién toca pero sí quién viste a las celebridades. El sitio para ver pero, sobre todo, para ser visto.
Hablamos de flecos kilométricos, botas mosqueteras, ombligos al aire y sombreros de alas desproporcionadas. El look boho-chic se pasea en todas sus versiones, que ni por asomo están descuidadas lo más mínimo. Y es que Coachella resulta ser un segundo carnaval, un evento más esperado por los estilismos que por los conciertos. De hecho, se trata del único festival de música en el que se habla de todo menos de música.
Sólo hay que mirar las noticias: la invasión de actores, modelos y estrellas del sector ha hecho que lo único que saquen los medios sean listas con las mejor y peor vestidas, y resulta difícil encontrar menciones sobre los conciertos, la ambientación o demás datos útiles del acontecimiento. Y si lo hacen, será para hablar de David Guetta, que es de los pocos que sirve para vender ejemplares, en lugar de cabezas de cartel como Drake o Tame Impala.
Hay quien coincide en que la afluencia de esta gente, que busca el flash fácil y la fiesta a todas horas, ha deteriorado el espíritu y la vertiente más cultural del evento. Y no es para menos: Coachella nació en los años 90 en señal de protesta contra el monopolio de Ticketmaster por la venta de entradas en el sur de California. Gracias a su éxito, pasó de concierto alternativo a acontecimiento artístico de culto, construyéndose un nombre y ganándose un respeto. Y a partir de aquí, todo ha ido a peor: el aluvión de celebrities ha incrementado el número de asistentes, es cierto, pero también ha encarecido los precios y ha alterado su naturaleza abriendo la puerta a una música mucho más dance y comercial.
A día de hoy, Coachella no es arte, es cotilleo, y que se considere un evento musical raya en lo ridículo. Es, ante todo, el lugar idóneo para ver tendencias, enemistades y nuevas parejas de golpe y porrazo. Por desgracia, todo el mundo lo sabe, y eso lo ha convertido en un espacio en el que poder lucrarse. Independientemente del precio de las entradas (que tampoco es para ningunearlo, ¡ojo!), los famosos buscan rentabilizar su caché y las empresas hacer negocio. Las de moda, por supuesto, que de música ya hemos aclarado que hay poca. Su invasión es arrolladora: muchas marcas pagan a los rostros más conocidos para que lleven sus prendas, y H&M ya ha sacado una colección oficial con la colaboración del festival.
De momento estamos en el ecuador, de modo que todavía nos aguardan más looks (y, aunque no lo parezca, algún que otro concierto) este fin de semana. Estad atentos, porque si queréis echaros unas risas, los hay que no tienen desperdicio. O mejor no: ese tiempo que habréis ganado para hacer algo de provecho.
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Anna Elizalde
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