Nuestra protagonista se desvive por la moda, pasea con bolsos Made in China y se cuela en los eventos de la capital con la finalidad de ser algún día una gurú de la farándula. Pero le falta sabiduría, buen gusto y modestia.
La frivolidad que caricaturiza el sector a veces
es más empírica que el discurso de algunos políticos. Y la llegamos a palpar
cuando entramos en la indústria y compartimos momentos con gente impertinente que
desconoce qué supuso Chanel para la mujer o la decadencia que está viviendo Margiela.
Y ella, la Fashionista de Vallecas, con su
mirada altiva y sus abrigos de Primark no reconoce carencia de experiencia,
admite saber más que nadie de moda y estar a la última de tendencias (e
imitaciones). Y me da tristeza, e impotencia a la vez, porque en este país no se
premia a la creatividad, ni a la ciencia o a la discreción.
Y que conste, ser de Vallecas no es un hándicap, todo lo contrario. La Fashionista debería de saber que es una oportunidad, y que en un país como el nuestro ser choni es el no va más.
Y que conste, ser de Vallecas no es un hándicap, todo lo contrario. La Fashionista debería de saber que es una oportunidad, y que en un país como el nuestro ser choni es el no va más.
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