27 ene 2013

La Sapeulogie o el derecho a soñar



A principios del siglo XX, en pleno periodo colonial africano, los franceses llegaron al Congo.  En aquella época, se consideraba al hombre blanco como alguien superior que mostraba una mayor educación y elegancia, causando una gran admiración entre los jóvenes autóctonos y dando origen al mito de la elegancia parisina. 

Fue entonces, en la década de 1920, cuando se creó la SAPE –la “Société des Ambianceurs et des Personnes Élégantes” (Sociedad de Ambientadores y de Personas Elegantes)–, un movimiento cultural particular, de culto por la apariencia, donde el modo de vestir juega un papel importante, pues otorga a sus miembros un gran reconocimiento social dentro de su comunidad, siendo invitados de honor en importantes celebraciones, y les convierte en representantes respetados por la sociedad congoleña en general. 


El buen sapeur –modo de designar a los afiliados a esta organización–, debe cumplir y respetar una serie de normas a la hora de elegir su vestuario, cuidando al máximo detalles como la marca –las de lujo, como Yves Saint Laurent, Armani o Cavalli son las más codiciadas–, los colores –tres a la vez como máximo– y los complementos –puro, bastón, pipa y sombrero–; así como seguir unas determinadas pautas de conducta que le otorguen credibilidad y lo posicionen frente a los demás –el gesto, las poses, la manera de caminar o los pasos de baile son otros de los aspectos fundamentales que no debe descuidar–. De este modo se configura toda una puesta en escena en la que la actuación, la vestimenta y el poder simbólico de ésta se unen para transformar al protagonista, el cual brilla por su estilo y sale a la calle, listo para que le miren. 


Además de asumir estas reglas y respetar dichos códigos, el sapeur debe culminar su proceso de aprendizaje y conversión cumpliendo uno de sus mayores sueños: viajar a París. Allí debe procurarse las prendas necesarias y perfeccionar sus habilidades, para luego volver transformado en un auténtico maestro de la elegancia y ser reconocido por sus compatriotas como tal. Así pues, el mito de la capital francesa sigue alimentando el imaginario de estos sujetos postcoloniales a través de las narraciones que otros sapeurs traen consigo de vuelta a su país, relatando sus aventuras parisinas, adecuadamente reescritas y reinventadas, pues dicho viaje está lleno de obstáculos, penurias y sacrificios, que serán ocultados para que el sueño perviva. No es difícil imaginar que dichas adversidades no sólo existen para poder obtener el visado y el billete de avión, sino para lograr subsistir en un país extranjero sin papeles y frente 
a unas legislaciones cada vez más restrictivas. 


De este modo, la Sapeulogie establece una filosofía propia, basada en el pacifismo, la higiene, el respeto hacia sí mismo y el saber vivir, que es inculcada a las nuevas generaciones de sapeurs, creando una nueva forma de vida que se mantiene viva en el tiempo y en el espacio, y que ya forma parte de la cultura popular de este país. 


Si nos detenemos a observar el fenómeno de la SAPE desde fuera, podríamos llegar a considerar inmoral que estos individuos se preocupen más por vestirse con marcas de lujo que por obtener un buen trabajo y, así, poder sacar adelante a su familia, pero deberíamos esforzarnos en ver otro punto de vista y entender que la SAPE no es otra cosa que un movimiento de reivindicación, y que la conducta de los sapeurs lleva consigo un mensaje intrínseco: el rechazo a la pobreza y la reafirmación de una identidad que demanda un estatus acorde a su sistema de valores. Si además tenemos en cuenta el contexto sociopolítico del Congo –su población se ha enfrentado a tres guerras civiles consecutivas– veremos que la SAPE cumple una función social y cultural fundamental, presentando un modelo de autosuperación a unos jóvenes sumergidos en una realidad social desalentadora, ofreciendo ocio y sonrisas, alejándolos de la violencia y alentándolos a ejercer su derecho a poder soñar y olvidar. 


Entonces, ¿quiénes somos nosotros para negar a otros el deseo de soñar cuando es nuestro propio sistema de consumo el que difunde y exporta a todos los rincones del planeta ese gran sueño? Como ya dijo Marcel Proust, “Es mejor soñar la vida que vivirla, aunque vivirla sea a veces soñarla”.





* Quien desee más información sobre la SAPE, puede consultar el fabuloso trabajo del fotógrafo Héctor Mediavilla, quien ha realizado exposiciones sobre esta temática por toda Europa y el cual ha presentando este mes de enero su nuevo libro “S.A.P.E.”, en el cual recoge todos sus conocimientos sobre este fenómeno social y cultural.



Por Maria Giménez Álvarez

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