Si bien es cierto que existe una relación entre nuestras
interacciones con el entorno inmediato y en nuestro devenir cotidiano y lo que
somos, también lo es que no siempre tenemos consciencia, al menos al cien por
cien, de lo que implican nuestros actos. Es decir, afirmar que “somos lo que
comemos” podría ser tan pretencioso y rotundamente certero como el hecho de que
“somos lo que vestimos”. Y esa relación no ha pasado inadvertida por los
avispados creativos de las marcas de moda. Al contrario, ellos han sabido sacar
todo el partido a esa particular coyuntura social para explotar al máximo las
aspiraciones que anidan en nuestro inconsciente colectivo.
El camino lo abrieron el famoso psiquiatra Carl Jung y, la
posterior desarrolladora de su teoría Carol Pearson a través del análisis de lo
que ellos denominaron arquetipos. Su teoría se basa en que nuestras actitudes, objetivos,
metas y valores guardan una estrecha relación con algunos de estos modelos tan
universales que encontramos en múltiples cuentos, fábulas y representaciones
oníricas. Como el prototípico héroe, siempre dispuesto a luchar por su meta de
forma fiera y perseverante o el bienhechor, cuya voluntad es cuidar y a ayudar
de manera altruista a los demás. A lo largo de nuestra vida nos identificamos
con alguno de estos famosos personajes, y nos sentimos reafirmados en nuestra
identidad cuando nuestras interacciones con el entorno se rigen en base a esa
identidad en la que nos alienamos.
Se podría discutir largo y tendido acerca de estas
representaciones pero en esta ocasión he querido centrar toda mi atención en
uno de ellos, especialmente inquietante para mí por su gran potencial de
atracción. Me refiero al arquetipo del o de la amante, tantas veces usado por
las marcas de moda y de cosmética.
Este arquetipo está vinculado al mundo de las emociones así
que nos lleva a sentir y empatizar con los sentimientos de los demás. Por otro
lado, constituye un sujeto que se entrega y se configura, así, como un objeto de deseo. Por lo tanto, el
cuerpo y su presencia le son de vital importancia puesto que, a través de
ellos, satisfará sus deseos principales de autoaceptación, y la experiencia del
éxtasis, además de sus objetivos más inmediatos vinculados a las relaciones
sociales. Estas interacciones le son imprescindibles, puesto que, el amante
nunca quiere estar solo, necesita sentirse siempre querido y rodeado de
personas. ¿Y cómo lo hará? Procurando que su cuerpo sea siempre atractivo y
mediante el compromiso de hacer lo necesario para atraer a los demás entregándose
hasta el punto de perder, a veces, parte de su identidad. No hace falta señalar
que las mujeres son las que las firmas suelen adjudicar este papel a las
mujeres que encarnan este arquetipo en la mayoría de ocasiones.
Analizando fotografías de algunos anuncios publicitarios que
muchas firmas de alta gama colocan en displays y en las más prestigiosas
revistas sorprende la repetición de algunos recursos expresivos en los que cabe
destacar la cinética como parte fundamental de la comunicación no verbal. Durante la
contemplación de los cuerpos y sus gestos en estas fotografías, el observador
recibe una información muy relevante acerca del mensaje que el creador de la
imagen quiere comunicar. Partiendo de esta circunstancia puede llamar la
atención ver, por ejemplo, la tremenda disposición que muestran las modelos que
aparecen en las fotografías de Gucci a abrir sus piernas. Sea un elemento
intencionado o no, es un gesto que se repite constantemente en muchas de las
imágenes publicitarias de la firma y constituye un mensaje cuya decodificación
semiótica no deja lugar a ninguna duda. Vuitton, por su parte, retrata
auténticas odaliscas modernas para las que sus anhelados complementos
constituyen un auténtico fetiche.
Todas estas imágenes guardan dos importantes características
en común: además de una fuerte connotación sexual, en todas ellas la mujer se
representa en cuanto a objeto percibido por el hombre, el observador que mira
una representación prototípica de belleza femenina, joven y seductora, que se
sabe observada que acepta de forma
complaciente ese pequeño y engañoso “poder”. Engañoso porque es el hombre quien
realmente establece el dominio a través de su mirada atenta a ese cuerpo
eternamente erotizado y listo para la entrega.
Se plantea, entonces, un auténtico conflicto al conocer que el
anclaje psicológico de los arquetipos estimula actitudes en las mujeres que resultan
imprescindibles para su desarrollo emocional, en tanto en cuanto ofrecen un
sentido a su existencia y un modelo consolidado y aprobado de forma general al
que imitar que, además, reside en nuestra memoria colectiva. La constante
repetición de estas imágenes afianza un concepto determinado de mujer y contribuye a la supremacía del arquetipo de la
amante que se convierte en la representación de la mujer contemporánea ideal.
De modo que, las observadoras/consumidoras de estas imágenes que reciben de
forma constante estos inputs, construyen en su mente un retrato de la mujer
perfecta. Y de este retrato aprenden las emociones que deben encontrar y
madurar y los patrones de conducta necesarios para convertirse en seres plenos.
Una vez asumidos estos conceptos, me surgen varias preguntas.
Si estos arquetipos ayudan a aumentar nuestra autoestima y a definir nuestra
identidad, ¿tienen las consumidoras reales y aspiracionales de
estas marcas esos referentes?. ¿Aspiran ellas a convertirse en simples objetos
de deseo para el sexo opuesto? Y, si es así, ¿son conscientes de la realidad
que representan esos referentes o es su subconsciente intoxicado por constantes
inputs educacionales que las moldean para constituir un ideal perfecto de lo
que debe ser la alteridad?
En mi opinión, hemos interiorizado tan bien el mensaje que
ni siquiera podemos ser plenamente conscientes de lo que implican nuestros
actos.
Keren Manzano
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