Como cada año, llega el momento de guardar abrigos, bufandas y botas, y sacar a la luz las americanas, pañuelos y sandalias. Lo que todos conocemos usualmente como "el cambio de armario". Este proceso, por sencillo que parezca, nos plantea una serie de cuestiones bianualmente, cosa suficientemente interesante como para reflexionarla.
La primera gran pregunta que es: ¿Cuándo debemos hacer la mudanza de vestuario? Saber el momento preciso es complicado. Un buen día nos levantamos, el sol brilla más que las anteriores mañanas y la temperatura ha subido algunos grados, por lo que nos vemos con ánimos para hacer el cambio. No obstante, muchas veces nos habremos equivocado, porque esos señales de calorcito son sólo síntomas de la nueva estación. El frío, probablemente, se quedará unos días más.
La segunda cuestión es hacer la revisión de la ropa que vamos a guardar, para ver lo que realmente merece la pena conservar. Esto es difícil, sí. Y más cuando vemos la cantidad de prendas que ya no podemos usar, por falta de frío, y que ni siquiera hemos contemplado como opciones para algún modelito en los meses de invierno. ¿Qué clase de compradoras compulsivas somos? Más de una nos lo habremos preguntado.
El tercer punto: deshacerse de lo que vimos que no usaríamos más. Esta tarea (dura para las más aferradas a sus cosas, simple para las que rápidamente se deshacen de lo poco útil) requiere trabajo, pues aunque muchas veces sabemos que no volveremos a ponernos algo, o que si nunca lo usamos fue por algún motivo, acostumbra a hacernos pensar en las diferentes situaciones posibles donde podríamos aprovecharlo, y se genera la gran duda: ¿guardarlo por si acaso, o pasar página?
Una vez hemos acabado satisfactoriamente estas fases, llegamos a la última, pero no menos importante: Colocar toda la ropa de la nueva temporada en el armario. En un principio parece no haber problema, pues la ropa de verano ocupa menos, pero vamos sacando y sacando, y entre bikinis, vestidos y faldas, no sabemos ni cómo acomodar todo.
Así pues, repasando este proceso bianual, quizá deberíamos reflexionar sobre nuestro comportamiento frente al shopping. Está claro que no es una necesidad lo que nos lleva a comprar tanta ropa, es un fenómeno social, es una imposición que sentimos de mano de algunas marcas, quizás. Es una publicidad que nos impulsa a comprar y comprar, sin pensar dos veces en el verdadero sentido, aunque luego eso pueda ocasionarnos un dolor de cabeza.
Al final, la decisión es de cada uno. Podemos continuar en esta rueda, que beneficia a todos menos a nuestros armarios. A unos por vender seguido, si obligar a la gente a gastarse cantidades exageradas de dinero. A otros por permitirse estrenar algo casi cada semana, aunque sea la única vez que vayamos a ponerlos la prenda.
Pero quizá deberíamos pensar que, como todo, hay un límite, y si en nuestra razón no está, tal vez el armario podría ser un buen consejero de dónde está nuestro "basta".
Diana Navarro Alcaraz
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