Una de mis cosas favoritas de la ciencia ficción es la ropa. La fusión perfecta entre moda, tecnología y fantasía son tremendamente atrayentes. Es por eso que, cuando empecé diseño de moda, me sorprendió ver lo avanzados que estamos en ese campo.
Tejidos de uso biosanitario que cicatrizan heridas o monitorizan constantes vitales. Otros de uso cosmético como los que desprenden sustancias hidratantes o antiedad. Textiles que protegen o reaccionan ante agentes externos, etc. Incluso en moda, diseñadores como Hussein Chalayan aplican la tecnología a sus diseños, creando prendas que se recogen en sí mismas o con luz incorporada.
La innovación en el campo de los tejidos inteligentes es constante, así como la incorporación de elementos tecnológicos a las prendas. Sudaderas con teclado incorporado en una de las mangas, tejanos compatibles con iPod y una larga lista de etcéteras aparecen en publicaciones como ítems que revolucionarán la forma de vestir y en cambio quedan como una simple anécdota.
No ha sido hasta el nombramiento de Angela Ahrendts, ex-CEO de Burberry, como vicepresidenta junior en Apple que parece se consolidará esta unión y su subsecuente aceptación por las masas. Sin embargo, no será de la forma en la que imaginamos: la tecnología no se une a la moda, sino que el gadget se convierte en un elemento más de nuestro vestuario.
Nuestro smartphone ha pasado a ser una extensión de nuestro ser, algo que se exhibe sin pudor y que se protege con una funda. De distintos colores, materiales y formas, conjuntamos la carcasa con las uñas o nuestro outfit como si fuese un accesorio más. Incluso la misma Apple, en el lanzamiento de sus dos líneas nuevas de iPhone, ha jugado con el color en su versión económica y con el acabado metálico en la más cara.
Un paso más allá han ido Samsung y Google, convirtiendo el gadget en un accesorio ya existente y sin quitarle su funcionalidad. Quizás las Google Glass no corrigen la vista pero, hoy en día, ¿quién no cae en la tentación de llevar unas gafas sin graduar?
Estamos empezando a vivir de otra forma nuestra relación con la tecnología, de la que ahora, más que nunca, dependemos. De un mismo modo vivimos y cumplimos los dictámenes de una moda cada vez más democrática y extendida gracias a la gran distribución. ¿No es lógico que nuestros accesorios tecnológicos se adapten a ella también?
Yo, por mi parte, si Apple sacara unas gafas de pasta, que se pudieran graduar y con las mismas funciones que las Google Glass me despediría para siempre de las lentillas.
Sílvia Marina
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