En las últimas semanas me he visto atosigada por un
sinfín de artículos publicados en todas y cada una de las revistas de moda dedicadas a la mujer, en los que animan a esta a
soñar con el culo de Kim Kardashian, el cuerpo de su hermana Kendall o tratando
de hacer pasar por jurado a todas las chicas que les precie unos minutos de su
vida para decidir que quién viste mejor, si la Reina Letizia o la de Jordania
(Rania), si Pilar Rubio o Kate Middleton... Y así, un largo etcétera. Y yo me
pregunto, ¿a quién le importa un pimiento todo eso?
Ante este panorama que se nos presenta en la actualidad
en las revistas femeninas, yo me decantaría por denominarlo una involución cultural en la eterna lucha
contra la igualdad de sexos. A
lo largo del siglo XX la moda tuvo un gran peso e influencia en esta gran
batalla, a partir de la Primera Guerra Mundial las mujeres comenzaron a lucir
vestimentas más cómodas y ligeras, en primer lugar, porque comenzaron a
incorporarse al mundo laboral, y en segundo lugar, por que quién iba a saber
cuándo le iba a tocar huir despavorido, y claro, con un corsé que corta la
respiración y un vestido con un sinfín de capas lo de correr no debía ser igual
de cómodo.
Coco Chanel luchó también por la llamada “igualdad de género” o “igualdad de sexo”,
como se quiera denominar. Fue de las primeras mujeres en enfundarse en unos
pantalones, por lo cual sufrió millones de críticas, hasta conseguir que la
realidad del día a día otorgara a las mujeres el derecho a lucir más masculinas,
una desfachatez en toda regla, ¿no?
Pues no, no acaba ahí el asunto, en los años cincuenta y
sesenta la “lucha” pisó más fuerte, las féminas se atrevieron a enseñar más
partes de su cuerpo luciendo minifaldas, vestidos cortos e incluso biquinis, a
lo cual debo añadir que he podido observar con mis propios ojos estos atuendos
de playa ya en los años veinte. La llegada de la píldora anticonceptiva, la emancipación de la mujer o la exposición del
cuerpo (lo cual derivó en una mayor preocupación por el cultivo de este)
comenzaron a verse ilustrados en la moda, las mujeres se podían vestir con
mayor libertad. La propia Bianca Jagger,
en los años setenta, dejó al mundo entero con la boca abierta luciendo un look masculino a través de un blazer el propio día de su boda, algo
impensable para la mayoría.
Con esto quiero decir que podemos dar las gracias a la
moda por su ayuda en la evolución de la
mujer, por que gracias a esta podemos lucir pantalones, corbatas,
bragas-short, cinturón-faldas (a veces no queda del todo claro), entonces, ¿a
qué viene ahora este cambio de rumbo, dónde las revistas se dedican a cultivar
una imagen de perfección sobrehumana adoctrinando a las mujeres a ser tal cual
las modelos, y no a la lucha a favor de la igualdad y la libertad, y ya si
cabe, la cultura?
En los últimos tiempos, en vez de enseñarnos el arte que
conlleva la moda, la historia y evolución de esta así como la cultura que lleva
detrás, las revistas de moda parecen más interesadas en implantar estereotipos
inasequibles así como ordenar a las féminas cómo deben lucir para “x” o “y”
ocasión, cómo perder diez kilos en diez días, pero aceptándote a ti misma,
claro está, pero sin los diez kilos de exceso, por favor.
Se ve que la vida de la famosilla de turno fascina a
medio mundo, por que claro, debemos saber si fue a comprar el pan en chanclas o
enfundada en un Chanel, lo cual criticarán de igual modo, si fue en chanclas
porque qué vulgar, ¿no?, y si fue arreglada, porque se maquilla y peina hasta
para comprar el pan.
Por lo tanto, en resumen, hemos derivado de un siglo XX
en el cual la moda formó parte de la evolución de la mujer en su camino hacia
la liberación y la libertad para, en pleno siglo XXI, involucionar en una panda
de robots que intentan semejarse y similar la perfección; vendiéndonos normas de vestuario, la vida de las Kardashian o cómo
quedar bien en un selfie, entre otros
tantos artículos banales que podemos encontrar echando una ojeada. ¿Por qué se
han olvidado los valores, la cultura y
el arte de la moda, y por el contrario, se ha vuelto en el “hazmereír” de
los intelectuales?
I. Blokker
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