Por Laia Levis
Buenas personas, inteligentes y emprendedores, sí, pero
somos una generación incapaces
de concentrarnos en nada en concreto. En mis
clases que imparto por las tardes siempre escucho los quejares de los padres sobre la falta de comprensión lectora
de sus hijos, aunque es un hecho que
no me extraña.
Tanto esos niños como yo hemos nacido o crecido en
uno de los peores escenarios posibles económicamente hablando y por tanto de ello
se ha derivado un escenario social mucho peor. No hay dinero para estudiar, ni
puestos de trabajo para entrar en el mundo laboral si después de 4 años y un
esfuerzo económico por parte de tus padres o tuyo consigues llegar allí. Somos, según algunos, los Millenials.
Nos dicen que siempre estamos inmersos en las
redes ya sea desde el portátil o el
Smartphone… Pero ¿Alguno de los que lo dice se ha
preguntado por qué? En mi humilde opinión creo que es una forma de alejarse del
mundo, de ser otra persona por un instante, de no ser consciente de los problemas
del día a día, que aunque quisiéramos olvidar nos es imposible ya que los
medios de comunicación nos bombardean con ellos telediario tras telediario. Y
después no entendemos porque Sálvame tiene tanta audiencia.
¿Tenemos nosotros la culpa de ser quien somos? Desde
pequeños, y esto cada vez ocurre más y de forma más exagerada, nos han preguntado
que queremos. Como voy a saber que quiero con 6, 12 o incluso 15 años, eso deberían
saberlo los padres. Con esto quiero decir que se ha cultivado una generación de
personas acostumbradas hacer lo que les da la gana sin importar el qué el cómo
y el cuándo. Así hoy voy conduciendo tranquilamente y encuentro niños de 10 años
con las bicis en medio de la carretera a los que debo rodear por no
atropellarlos, porque ellos no se van a mover, no les da la gana, creen que
todo es suyo y que siempre llevan la razón, y la chulería que los caracteriza
ya roza la prepotencia y la temeridad.
De la misma manera siempre se nos ha dicho: “lo
importante no es ganar, es participar”, ¿en serio? Y un cuerno. Que nos lo
digan en la cola del paro, quien tenga mejor currículo es el que gana, y los
demás pierden, pierden el puesto de trabajo y un cachito más de su autoestima.
Y no, esta vez no hay medallita para todos para consolar al perdedor, te vas a
casa sin nada. Quiero decir que creamos un mundo de personas que siempre se
rigen por la ley del mínimo esfuerzo, que con un 5 ya nos vale, y el mundo real
no es asi, si eres bueno entras y si no te esfuerzas, en tu casa estas mejor.
De la misma manera el factor de la inmediatez
provocado por las nuevas tecnologías también ha sido un mazazo a nuestra
generación. No necesitamos más que abrir twitter para enterarnos de lo que pasa
en el mundo. Si vemos algo que nos gusta, con un clic al día siguiente lo
tenemos en casa, y si queremos ver una serie, con Netflix la vemos donde y
cuando queramos, y no hace falta esperar un día a la semana como antes, la
podemos ver de un tirón o incluso ver directamente el final. ¿Dónde quedo la paciencia?
Es por ese mismo ajetreado mundo 3.0 en el que vivimos que los niños se aburren
en clase y no atienden, necesitan otra clase de estímulos para su cerebro los mismos
que les dan las redes, que aunque útiles a veces, crean una adicción sin precedentes.
Hay días que salgo a cenar con mis amigas o incluso con mi pareja y todo el
mundo está con el móvil riendo de algo que le cuentan o de algún video que está
viendo en youtube, como si las personas con las que has quedado fueran menos importantes,
porque dentro del universo de las redes ni siquiera estamos en el mismo sistema
solar. Porque colgar una foto de lo hipócritamente o falso feliz eres es más importante
a la hora de socializar en estos tiempo que tus propios amigos o familiares.
Porque un like mide lo popular, importante o feliz
que eres aunque después en la realidad esa felicidad no sea más que polvo que
escondemos tras la pantalla. Porque los likes duran poco, tan poco como los
efectos del alcohol después de un día duro. Y luego viene la resaca, esta no te
hace tener dolor de cabeza pero te deja con una sensación de vacío infinito
porque la verdadera felicidad reside en encontrar el amor, la amistad o un
puesto de trabajo en el que te sientas a gusto e útil. Y esa meta, al igual que
todas las buenas ideas y los valores de este mundo, se consiguen pensando, y
para pensar hay que dejar de bombardear al cerebro, hay que dejarlo descansar, necesitamos
volver por un rato al 1.0.
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