Sea por la globalización, las redes sociales, los smartphones o una mezcla de todo un poco, lo cierto es que vivimos en un mundo cada vez más acelerado. La moda, efímera por definición, se ha subido a la rueda la primera, y corre impulsada por ese ansia terrible por estar constantemente a la última.
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Foto: Fashionista.com |
Antes, los más enterados conocían las tendencias por las revistas seis meses después de que fueran presentadas las colecciones en las capitales de la moda, y estrenaban prendas una vez por temporada. Hoy, sin embargo, seguimos en streaming los desfiles, desde casa y en pijama, y para cuando llega de verdad el invierno ya estamos hartos de ver por todas partes copias de esa capa de Burberry o el último experimento de Lagerfeld.
Por si fuera poco, las tendencias fluyen ahora en todas las direcciones: de arriba a abajo, de abajo arriba, de París a Río pasando por cada nuevo barrio hípster del globo. Cada semana -con suerte- nace un nuevo producto it, must, imprescindible pero las tendencias son tan efímeras que es difícil no estar demodé.
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Las revistas nos presentan cada mes nuevas tandas de productos nuevos, que necesitamos, para estar a la última Foto: Google |
En esta carrera por la novedad, por llevar hoy lo que todo el mundo llevará mañana, por no repetir, comprar y tirar, nos estamos volviendo todos un poco locos.
Me pregunto que si esto de la moda es cíclica, y después de la sobredosis de brilli-brilli de los ochenta la ropa se volvió raquítica, no nos tocará ahora el momento de sosiego. De volver a comprar con cabeza, invertir en bolsos que heredarán nuestras hijas y abrigos que no nos quitemos en todo el invierno. Igual que llegó el slow a la gastronomía, quizás sea ahora el momento de reivindicar el slow fashion, desengancharnos del Zara, ahorrar para algo bonito y construir poquito a poco un armario del que sentirse orgullosos.
Iria Pérez Gestal
@iriapg9
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